sábado 19, julio 2025

Comunicamos sustentabilidad

Negar el cambio climático, un lujo que el planeta no puede permitirse

Por Alejandra Scigliano

Hoy, como cada 5 de junio, se conmemora el Día del Ambiente. Esta fecha, establecida por la ONU en 1972, es una oportunidad clave para sensibilizar sobre los desafíos ambientales y promover acciones concretas para su cuidado.

El lema de este año es “Poner fin a la contaminación plástica”, un llamado urgente a tomar conciencia sobre los efectos nocivos de este material en la salud del planeta y en la nuestra.

La contaminación por plásticos se extiende a todos los rincones del mundo. Está en el agua, en la tierra, en el aire. También en nuestros cuerpos, en forma de microplásticos. Cada año se producen más de 400 millones de toneladas de plástico, y se estima que la mitad se destina a productos de un solo uso. Menos del 10% se recicla. Cerca de 11 millones de toneladas terminan cada año en lagos, ríos y mares: el equivalente al peso de más de mil Torres Eiffel.

Los microplásticos —partículas de menos de 5 mm— ya forman parte del aire que respiramos, del agua que bebemos y de los alimentos que consumimos. Se calcula que una persona ingiere más de 50.000 partículas de plástico al año, sin contar las que se inhalan. Cuando se queman o se desechan de forma inadecuada, los plásticos de un solo uso contaminan ecosistemas enteros, desde los picos montañosos hasta los fondos marinos, afectando a la biodiversidad y a la salud humana.

Podríamos seguir enumerando las consecuencias. También podríamos extendernos con soluciones que, sin duda, existen. Pero hoy es un día para detenernos, para pensar. Para que cada persona, desde su lugar, se pregunte por las consecuencias del daño constante que le estamos haciendo al ambiente.

Este año son los plásticos los que nos invitan a reflexionar. Otros años fueron los glaciares, la tierra, el aire. Símbolos, en definitiva, que nos ayudan a ponerle rostro a una crisis que es sistémica. Porque el problema ambiental no se puede abordar por partes. Es un todo, y es urgente.

Los plásticos, además, están directamente relacionados con el cambio climático. Su producción depende en gran parte de combustibles fósiles, y su degradación libera gases de efecto invernadero. No se trata solo de residuos: se trata de un modelo que contamina, agota recursos y acelera el calentamiento global.

A pesar de los intentos por minimizar o negar esta realidad, la evidencia científica es contundente. Un estudio reciente publicado en Science concluye que el 40% de los glaciares del planeta desaparecerán incluso si logramos frenar el calentamiento. Esa pérdida de hielo no es solo una imagen alarmante: implica el aumento del nivel del mar, inundaciones en zonas bajas, y un impacto directo en países enteros como Tuvalu o Maldivas.

Además, un informe elaborado por World Weather Attribution, Climate Central y el Centro del Clima de la Cruz Roja indica que, entre mayo de 2024 y mayo de 2025, el cambio climático duplicó los días de calor extremo a nivel global, con América Latina y el Caribe entre las regiones más afectadas.

Cada problema ambiental está vinculado con los demás. No podemos tratar uno y dejar de lado el resto. Es una red de impactos que exige respuestas integrales y sostenidas.
Pero hay algo que está ocurriendo en paralelo: la naturalización del desastre. “El clima está cambiando”, “Esto es por el calentamiento global”… son frases que escuchamos cada vez que sucede una catástrofe climática. Palabras que repetimos desde la distancia, desde el sillón, mientras vemos cómo otros —en otra parte del país o del mundo— sufren las consecuencias.

Después viene la búsqueda de culpables: los gobiernos, las empresas, el agro, la ganadería, la minería. Pero no es una cuestión de repartir culpas. No alcanza con señalar. Tampoco con esperar.

Lo que no podemos permitirnos es caer en el negacionismo o el retardismo. Unos lo niegan, por intereses políticos o económicos. Otros no lo niegan, pero postergan las soluciones. Y eso también es parte del problema.

En este contexto, los medios de comunicación tenemos un rol clave. No podemos seguir atrapados en la lógica del click, del titular estridente, del contenido que busca ser viral antes que útil. La crisis ambiental no admite simplificaciones. No alcanza con publicar una nota cada vez que ocurre una catástrofe. Tampoco con sumar hashtags vacíos o replicar frases hechas en redes sociales.

La comunicación está en crisis. Sumergida en un modelo de inmediatez permanente, donde prima la velocidad por sobre la profundidad, la reacción por sobre la reflexión. Las redacciones se achican, los tiempos se aceleran, y muchas veces el resultado es una cobertura superficial, recortada o directamente desinformada.

Además, se ha diluido el peso de las voces especializadas. Cualquiera puede opinar, y muchas veces se instala en el debate público una falsa equivalencia entre conocimiento científico y opinión personal. La búsqueda de “ambas campanas” en temas como el cambio climático, por ejemplo, puede ser funcional al negacionismo, dando lugar a discursos que no tienen sustento pero sí alcance.

Frente a este escenario, el desafío del periodismo ambiental es enorme: informar con datos, dar contexto, acompañar procesos, traducir la evidencia científica sin simplificarla, y sostener una agenda que no depende del ciclo de noticias sino de una urgencia que ya no se puede postergar. La crisis del ambiente no puede ser tratada como un tema más. Y mucho menos como un contenido diseñado solo para atraer tráfico.

La comunicación también es parte de la solución, o puede ser parte del problema. Y eso depende de cómo decidamos ejercerla.

Hoy, estas líneas son apenas un llamado a no desviarnos del camino. A no renunciar al objetivo colectivo de tener un planeta habitable para todas las especies, sin sentirnos la más importante de ellas.

Hoy son los plásticos. Mañana será la transición energética, la deforestación, el agua. Cada tema es crucial. Cada eslabón que se rompe nos aleja de una solución posible, y fortalece discursos que solo atrasan.

Desde unirSe, el llamado es claro: seguir pensando, seguir conversando, seguir actuando. No para buscar culpables, sino para hacernos cargo. Porque negar el cambio climático es, sencillamente, un lujo que el planeta no puede permitirse.

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